De no ser por el abrazo de Acatempan, la historia de la lucha de independencia mexicana sería aun más sangrienta y triste. En su momento, parecía increíble que Guerrero e Iturbide, fuerzas antagónicas, firmaran la paz, pero se celebró el hecho ya que otorgaba un momento de alivio a la desgastada nación. Y si bien no fue posible una reconciliación perpetua, sí representó un importante avance en la formación del incipiente México.
Hoy, embelesadas por la nobleza de la política ideal y teórica, diversas voces han criticado injustamente las alianzas electorales entre el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido Acción Nacional (PAN).
Teóricamente los partidos políticos pretenden el poder para impulsar desde él su visión de la sociedad, su proyecto de gobierno. Por lo tanto, si nos limitamos a este esquema ideal, resulta incomprensible pensar en la unión electoral de dos visiones de gobierno opuestas. Sin embargo, debemos considerar lo inútil que resulta defender férreamente lo escrito en los estatutos de partido si éstos no tienen posibilidad de llevarse acabo. Siempre, el primer paso para impulsar un proyecto de gobierno es la obtención del poder.
De nada sirve a los partidos ni a la sociedad que el PRD y el PAN mantengan posturas discursivas encontradas, si ninguno de ellos tiene posibilidad real de materializar sus proyectos. Separados son ámpliamente superados por la fuerza política del Partido de la Revolución Institucional (PRI), pero juntos pueden competir con expectativas de éxito.
Claro, es una incongruencia absoluta tratar de gobernar con proyectos distintos. Incluso podemos cuestionar el valor ideológico de los que apoyan la alianza, podemos creer que son meramente mercenarios del poder (muchos si lo son), pero hemos de advertir menos a la idealización de política para poder observar desde la Realpolitik los beneficios que a mediano plazo podrían reportar estas alianzas a la democracia.
Pensemos en el caso de Oaxaca, de no ser por la alianza electoral, el PRI seguiría manteniendo su perpetuo cacicazgo en el estado. Desde luego, gobernar Oaxaca será muy complejo en lo siguientes años, pero gracias a la victoria de la oposición podemos suponer que las siguientes elecciones serán en condiciones de igualdad, ya que el poder del gobierno oaxaqueño no podrá remitirse al apoyo de una candidatura en particular como lo venía haciendo históricamente el PRI.
Similar es el caso en el Estado de México. Los resultados de una victoria de la oposición en alianza pueden ser al corto plazo denostables, pero si con ello se evita que la candidatura presidencial de Peña Nieto se nutra del dinero y recursos de la entidad federativa que actualmente gobierna, creo que más que aceptable una alianza es deseable.