En cierta ocasión, Ricardo Pascoe, ex-embajador mexicano en Cuba me comentó que durante su estancia en la isla enfermó de dengue y como en aquel entonces el régimen castrista pregonaba que la enfermedad había sido erradicada, el médico que le atendió le recetó los fármacos adecuados pero le diagnosticó influenza. Pese a la insistencia del embajador por cambiar el diagnóstico y asentar la verdad, el doctor no quiso arriesgarse a contrariar el discurso oficial: en Cuba el gobierno socialista había erradicado el dengue y no había lugar para discutirlo.
Definitivamente “maquillar” la realidad o directamente mentir no es una práctica exclusiva de la izquierda o de la derecha, ya que ambas tendencias políticas recurren al engaño. En realidad, la diferencia entre un gobierno democrático y transparente y uno autoritario y opaco no está en el espectro político, sino en la cantidad de recursos y esfuerzos destinados a encubrir el engaño y a manipular la discusión pública.
No obstante, aunque lo lógico es que las mentiras gubernamentales deberían ser vapuleadas por la población, no es raro encontrar que la ciudadanía prefiera la satisfacción pasajera del engaño que se muestra cómo el camino fácil y rápido a la utopía, en lugar de arriesgarse por la realidad objetiva que, aunque cruda, es un seguro camino a la realización de los ideales sociales. En ese sentido, el régimen chavista es un beneficiario de esta patológica preferencia latinoamericana por la fantasía.
El (por fin anunciado) difunto Hugo Chávez tuvo tanto éxito creando la fantasía, tan bueno fue construyendo una ilusión gratificante del socialismo bolivariano que, después de 14 años en el poder, lejos de sufrir el desgaste común al ejercicio de gobierno se va del mundo lleno de glorias y elogios provenientes de una población enajenada a la que el dictador deja sumida en medio de una bomba de tiempo.
Aunque Chávez realizó acciones favorables para estratos de la población que habían sido sitemáticamente ignorados, siempre lo hizo mediante una política clientelar que no garantiza la continuidad de estas acciones a largo plazo. Según la historia narrada por los aburguesados beneficiarios del chavismo, se supone que Venezuela es gracias a Chávez un país de grandes logros y avances. Los fans y seguidores del dictador, tanto dentro de las fronteras ‘bolivarianas’ como fuera de ellas aplauden la supuesta reducción de la pobreza, la efectiva alfabetización de la población y particularmente celebran la imaginada confrontación con Estados Unidos de América.
Lamentablemente, la cultura latinoamericana está tan marcada por el intervencionismo estadounidense y sigue tan obstinada con el mundo pre-caída del telón de acero, que cualquier trasnochado que hable mal del “imperio” o que se autodenomine “revolucionario” se vuelve en automático paladín de la justicia y mártir de los pueblos oprimidos, cuando lo cierto es que objetivamente hablando, hoy el mundo tiene más actores y espectros políticos que la ya caduca dicotomía: capitalismo-socialismo o Estados Unidos-Unión Soviética.
Siempre hay que recordar que por muy reconfortantes que sean, todos los cuentos de hadas tienen una página final y la historia chavista no dista mucho de escribir su último párrafo.
La fantasía social
En nombre de la revolución se justifican todos las acciones y omisiones del chavismo. A Hugo le bastó decir “aquí huele a azufre“ para que sus seguidores olvidasen los excesos cometidos desde el poder por él y su grupo en contra de civiles. Abusos que han sido claramente documentados por asociaciones reconocidas internacionalmente como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Al dictador le bastó decir que todos, absolutamente todos los males de la humanidad (incluyendo la demencial acusación sobre el terremoto en Haití) son culpa de Estados Unidos para que sus fans olvidasen el hostigamiento a medios críticos, la persecución de disidentes y el abandono de Venezuela de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; esa misma corte a la que algunos de los chavistas mexicanos han recurrido para denunciar violaciones y abusos de la “derecha” en México.
Alegando el discurso socialista se justifican todas las contradicciones de la Venezuela de Chávez, incluyendo la vigencia de la propiedad privada en un régimen supuestamente de izquierda revolucionaria.
El socialismo (sic) venezolano ha creado y apoderado a una élite que vive en medio de lujos en un país donde muchos productos escasean (gracias a la pérdida de capacidad productiva). Personajes como Elena de Chávez, Tarek El Aissami o Diosdado Cabello son claros ejemplos de enriquecimiento a costa del erario público y de la enorme corrupción gubernamental. Al punto de que no existe ningún índice en el que Venezuela no aparezca en los primeros cinco lugares de corrupción mundial, incluso por encima de México.
“La familia del presidente, que antes de su llegada al poder pasaba grandes penurias económicas, hoy vive en la abundancia. En Barinas, su estado natal, los pobladores los llaman la “familia real”. La casa natal de Hugo Chávez está hecha de cañas, es baja y tiene pisos de tierra. Hoy, disfrutan de “La Chavera”, una finca de 600 hectáreas, cuyo valor se estima en 800.000 dólares”. Olga Wornat
La personalización del Estado en Chávez y la continua retórica populista, han provocado un grave socavamiento de las Instituciones públicas. Mismo que se traduce en graves índices de criminalidad. Desde 1999 se han producido 150.000 muertes violentas. Tan sólo en Caracas se tiene una tasa de 108 homicidios por cada 100.000 habitantes, lo que la convierte en la capital más peligrosa del continente Americano.
Basta ver los resultados de una de las victorias más “cantadas” de Chávez: la alfabetización, para derribar el cuento social de hadas. Si bien todo parece indicar que en esa área Venezuela ha logrado avances superiores a otras naciones y aún si concedemos el privilegio de la duda a la estadística oficial, la alfabetización ciertamente no se ha traducido en desarrollo científico, tecnológico o económico.
Si revisamos la estadística de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual, nos encontramos que durante la primer década del siglo, mismo periodo en que el petroleo llegó a cotizarse a su punto más alto y dentro del cual se supone fue erradicado el analfabetismo, Venezuela pasó de registrar 65 patentes en 2000, a tan sólo 90 en 2011 (+38%). Resulta paradójico que en ese mismo periodo países de los que se quejan los Chávezfans, muestren mejores cifras: México pasó de 763 registros en 2000 a 1,863 en 2011 (+143%); Colombia que tuvo 79 patentes en 2000, registró 386 en 2011 (+388%); y el “malvado imperio” aumentó en un 54% el número de sus patentes anuales (280,456 patentes en 2000 y 432,298 en 2011). No digo que alfabetizar sea un error, pero queda claro que sin una política de Estado comprometida con el desarrollo real, enseñar a leer es simple demagogia. Afirmación que se confirma al ver la constante fuga de talentos iniciada por el chavismo.
La fantasía económica
Después de 14 años de revolución la estadística oficial presume una supuesta reducción de la pobreza del 40%. Sin embargo, esta reducción es falsa pues se trata de un espejismo provocado por los cuantiosos subsidios que el gobierno da a una amplia gama de productos (desde frutas hasta electrodomésticos). Gracias a los subsidios pagados con rentas petroleras los venezolanos pobres tienen mejor pero ficticia capacidad adquisitiva. En cuanto los subsidios desaparezcan, ellos despertarán de golpe a la realidad de sus ínfimos ingresos pero con la agravante de que sus pocas monedas valdrán menos de lo que valían al inicio del chavismo ya que Venezuela tiene la mayor inflación de la OCDE (al rededor del 20% anual) y el bolívar se devalúa a una media anual de 17%. Sin subsidio, la clase media pasará de inmediato a ser pobre y los pobres a miserables.
Para mantener los amplios programas sociales, que lejos de reducir la pobreza sólo han contribuido a fortalecer las redes clientelares que aseguran el triunfo electoral del chavismo, el gobierno venezolano ha cuadruplicado la deuda externa, que al cierre de 2012 representa el 25% del PIB del país. Todo ello pese a que Chávez tuvo la suerte de vivir una época de bonanza petrolera: al inicio de sus múltiples periodos, el dictador vendía el barril a menos de $20 dlls la unidad, en cambio, en 2008 llegó a venderlo hasta en $120 dlls y pese a ello Caracas sólo se parece a Dubai en que ambas registran altos ingresos petroleros.
Al igual que la reducción de la pobreza, el combate al desempleo también es una ilusión. Casi el 50% de las empresas privadas en Venezuela han desaparecido desde el inicio del ‘bolivarismo chavista’. De las empresas que sobreviven, una séptima parte han sido intervenidas por el Estado, expropiadas o adquiridas por la fuerza sin dar indemnización alguna. La tercera parte del parque industrial nacional ha sido destruida,- Con lo cual la producción textil, automotriz, de calzado y hasta de alimentos, está en plena caída. Lo cual explica la imperiosa necesidad del régimen por comprar productos importados de primera necesidad que tienen que ser subsidiados para su consumo interno.
Es evidente que la única forma de generar empleo al mismo tiempo que se reduce la producción es mediante el engrosamiento de la burocracia. Con Chávez la nómina estatal ha crecido en un 150%. En 14 años Venezuela pasó de tener 14 ministerios a 29. Para muestra basta un botón: Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), paraestatal de la que depende el 80% de los ingresos del régimen, aumentó su nómina de 15,000 trabajadores en 1998 a 32,000 en 2012 y al mismo tiempo redujo su producción de 3.5 millones de barriles diarios en 1998 a 2.4 millones de barriles en la actualidad. Así, en cuanto el precio de petróleo disminuya o las ventas venozolanas se reduzcan, el gobierno no podrá mantener el gasto en burocracia y miles de personas volverán a estar desempleadas en un dos por tres.
El duro despertar
Venezuela importa cerca de dos terceras partes de los productos que se consumen en el país. En cambio, el 95% de sus exportaciones son petróleo crudo. La economía venezolana depende tanto de los ingresos petroleros que bastaría con que el precio del barril baje (como ya ha pasado) o que las ventas al exterior disminuyan, para que toda la revolución se venga a bajo.
La capacidad productiva está por los suelos, si las divisas petroleras se ausentan, Venezuela no tendrá forma de sustituir ese ingreso mediante otras fuentes. Cuando esto suceda, el despertar de la ciudadanía venezolana será muy doloroso.
Los optimistas de la revolución podrán decir que basta con que el precio del energético negro se mantenga por encima de los $70 dlls y que un escenario de escasez de ventas es muy poco probable porque siempre hay demanda. Además, dirán que las reservas petroleras de Venezuela son amplías y bastan para muchas décadas de despilfarro. Sin embargo, olvidan un importante detalle: la mitad de la producción petrolera venozolana va a parar al mercado estadounidense. Es decir, aunque Chávez se llenó la boca vituperando al “imperio”, la realidad es que la revolución “socialista” (sic) se paga en dólares norteamericanos.
Los mismos billetes que fondearon la guerra en Irak, tan criticada por el dictador, son los mismos que fondearon las reelecciones de Hugo. Es más, los vehículos revolucionarios se mueven con gasolina norteamericana debido a que Venezuela no tiene la capacidad de refinar toda la gasolina que necesita para subsistir.
Por supuesto, Estados Unidos necesita ese petroleo (mismo que paga a buen precio) y Venezuela no representa ni de lejos una amenaza para el poderío estadounidense. De allí que las múltiples declaraciones y ataques de Chávez fuesen indiferentes a la opinión pública y al gobierno norteamericano pues, en estricto sentido, con Chávez o sin él, la relación bilateral sería la misma: A EUA sólo le interesaría que se mantenga el flujo de petroleo y la incapacidad Venezolana de ser un competidor regional. Para que las cosas sigan igual sólo hace falta la voluntad de Maduro de seguir cobrando en dólares y de mantener a Miraflores alejado de la visión del Palacio Verde.
Sin embargo, aunado a la cada vez mayor incapacidad de PDVSA para operar, la crisis económica mundial ha planteado cambios a la política energética estadounidense. Desde diciembre del año pasado son constantes los esfuerzos de la administración Obama por reducir la dependencia de Estados Unidos del crudo extranjero; en gran medida gracias a la novedosa promesa de la técnica de fracking.
EUA está incrementando rápidamente la producción de energía: en un par de años eso va a cambiar el equilibrio de fuerzas en el mercado, y si esta política se mantiene en la próxima administración, en 2020 Norteamérica produciría tanto petróleo como Arabia Saudita. Así que no nos extrañemos si en un par de años, disminuye la compra de petroleo venezolano por parte de los norteamericanos, a la par que el precio del barril se viene abajo. Es también una advertencia para nuestra mexicana economía petrolizada.
Si Venezuela no consigue mejores compradores que sustituyan a Estados Unidos, se quedará sin la solvencia necesaria para mantener la demagogia revolucionaria. Es más, aún cuando consiga otro comprador, que bien podría ser China, es de esperar que los esfuerzos estadounidenses y de otros nuevos competidores reduzcan el precio del combustible.
Finalmente, incluso si la economía no sea lo que acabe con el régimen, las tensiones sociales no ligadas al hambre siempre se pueden salir de control en un país donde las instituciones son tan débiles.
No cabe duda, sea como sea la ilusión, la fantasía creada por Chávez llegará, más temprano que tarde a su fin. Pero mientras más tarde más doloroso será el despertar y mucho más difícil será recuperarse del estado comatoso en el que se encuentra la sociedad y economía venezolanas.
Actualización (febrero 28, 2015): Hoy Venezuela reporta una una deuda equivalente al 52% del PIB, inflación cercana al 100% y un decrecimiento del 3% en la economía “bolivariana”. En medio de masivas protestas se endurece la represión. No obstante, tristemente para el pueblo venezolano, lo verdaderamente faraónico no será tirar al régimen asesino que ahora sobreviven, sino construir una nueva Venezuela después del fatídico legado de la Revolución Bolivariana. Insisto: bien sirva la experiencia de nuestros vecinos latinoamericanos para no repetir sus errores.
Actualización (marzo 30, 2017): El Tribunal Superior ha disuelto la Asamblea Nacional, constituyendo así la caída del último bastión medianamente democrático que quedaba en Venezuela. A partir de hoy no hay forma posible de no hablar de Maduro como un dictador. Ante la grave crisis social, sólo la fuerza mantendrá al régimen. Es de esperar que la ya de por sí grave represión se intensifique. Va siendo momento de que el cono sur tome medidas al respecto para proteger a la población civil.
Actualización (abril 27): El gobierno venezolano responde a las presiones de los países latinoamericanos anunciando su salida de la OEA. Así como otros tiranos han hecho en el pasado, Maduro evita responder por sus crímenes escudándose en los falsos fantasmas del intervencionismo. Lo cierto es que los responsables del fracaso venezolano son él y sus compinches, y de ninguna manera “intereses extranjeros”.
Actualización (enero 28, 2019): El líder de la ilegalmente depuesta Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se proclamó presidente interino con la misión de convocar a nuevas elecciones. Es tiempo de definiciones en el país sudamericano y, por primera vez, la respuesta internacional está a la altura de la situación… no así la de México que deja mucho que desear al utilizar el cansado pretexto de la Docrina Estrada para mantenerse al margen de una tragedia humanitaria que exige actuación. Es claro que por sí solo, el pueblo Venezolano no podrá sortear la crisis política ni los enormes desafíos económicos.