Son las 7:40 de la mañana de un miércoles, cientos de personas se esfuerzan por avanzar en los atestados pasillos de la estación Centro Médico, del Sistema de Transporte Colectivo Metro de la ciudad de México. El personal de seguridad, además de velar por mantener el orden, sirve de perro ovejero y separa a la multitud por género, las mujeres van en los vagones frontales del tren y los hombres al final. Se supone que esta medida sirve para proteger a las féminas de la violencia de género, pero la realidad es que con un ineficiente sistema de impartición de justicia y una pobre cultura democrática, separar a las mujeres en el transporte público es simplemente una quimera discursiva que utiliza el gobierno para omitir el hecho de que sin Estado de derecho sólido, por muchos santuarios y perros ovejeros, las mujeres seguirán siendo victimadas en las calles, en el trabajo y hasta en sus hogares. Tan sólo en el Distrito Federal no se denuncian la mayoría de las agresiones, y de las que sí, sólo el 15% recibe sentencia.
Al igual que los pasillos, el interior de los trenes está prácticamente repleto. La mayoría de los pasajeros en mi vagón somos hombres, sin embargo también hay cuatro o cinco mujeres que libremente decidieron no utilizar el área que tienen reservada, pues el pastoreo les da a ellas esa libertad, a los hombres no. Por momentos resulta incómodo compartir el vagón, el espacio es escaso y el ajetreo del tren al frenar y acelerar no ayuda a mantener ni la distancia ni la privacidad entre los usuarios. En tales circunstancias es imposible no recordar el caso de Rubí Estrella Sánchez, extorsionadora que se dedicaba a denunciar hombres con acusaciones falsas; tal vez el pastoreo no sea para beneficio de ellas sino para nosotros. En los últimos años, lejos de afrontar el origen del problema, nuestros asambleístas recurrieron a la demagogia legislativa para acallar los reclamos de la sociedad, en lugar de combatir las deficiencias en la investigación y procesamiento de delitos, optaron por aumentar las penas, con ello obtuvieron el voto fácil de las masas a cambio de dejar en la indefensión jurídica tanto a hombres como a mujeres.
En una de las estaciones, una señora menor de 40 años y sin ningún padecimiento visible, tuvo a bien anunciar su ingreso diciendo: “¿Acaso ya no hay caballeros?” Casi todos los hombres que viajaban sentados se limitaron a mirarle con desprecio, solo un señor se puso de pie y le cedió su lugar. La señora acompañó su agradecimiento con: “No todo está perdido. ¡Al menos queda un HOMBRE en esta ciudad!”, me sumé a las miradas de desprecio. Si un hombre utilizara frases similares, ¿cuántas mujeres estarían dispuestas a ceder su lugar?, probablemente ninguna.
“Los hombres feministas saben que hay otras formas de ser hombre; no pobretean a las mujeres por serlo, ni consideran que todas son iguales entre ellas, no las tratan como objetos sexuales, flores o pétalos sino como humanas fuertes y ciudadanas libres; tienen la clara convicción de que mujeres y hombres merecen los mismos derechos.” Lydia Cacho
Hace unos días una amiga y un amigo francés estuvieron en la ciudad. En algún momento de la visita subimos a un camión y mi amigo ocupó un lugar mientras yo me quedé de pie en espera de que Berenice se sentase. Louis me preguntó por qué me quedaba de pie, y con toda naturalidad le respondí que en México se considera “buena costumbre” ceder el lugar a las chicas, a Berenice no le cayó nada bien el comentario, consideró que es ciertamente machista presuponer que por su condición de mujer no podría resistir el viaje de pie: “Las mujeres también tenemos músculos.” Creo que ella está en lo correcto, machismo es suponer que las mujeres tienen menos capacidad y que los hombres estamos para salvarlas de sus imaginadas ‘debilidades’.
¿Dónde estabas Berenice cuando la señora exigió un lugar por el simple hecho de haber nacido mujer? ¿Dónde estabas cuando aquel señor sintió que perdería su hombría si no cedía su asiento? ¿Por qué no estuviste allí cuando, junto a varias mujeres, el entonces presidente de la Comisión de Derechos Humanos del DF, Emilio Álvarez Icaza, calificó a las mujeres como “grupo vulnerable”? ¿Realmente puede ser efectivamente vulnerable más de la mitad de la población en la Ciudad de México? ¿No será una cuestión de (auto)percepción? Bien lo dijiste: las mujeres también tienen músculos, es momento de que actuemos (mujeres y hombres) en consecuencia.