Jóvenes: un esfuerzo más si queréis ser ciudadanos

La búsqueda de los desaparecidos de Ayotzinapa ha ratificado un secreto a voces ya antes develado. Las fosas encontradas por consecuencia de la desaparición de los normalistas, vuelven a dar cuenta del infierno en el que hemos convertido al país.

La movilización de hoy (22/10/14) se suma a una larga lista de manifestaciones que se han sucedido, escándalo tras escándalo, en la última década. En esta ocasión llama la atención el énfasis que, participantes de la marcha, medios de comunicación y opinócratas distintos, hacen del denominativo “Juventud” para referirse al movimiento.

Tanto en las calles, como en las planas de los diarios y en las frecuencias de radio y televisión, es fácil encontrar la idea de que son los jóvenes y su movilización quienes a base de tomar las calles, salvaremos al país de la podredumbre que le asfixia. Es tanta nuestra fascinación por los menores de 30 años, que no fue sino hasta la desaparición de estudiantes, que las muertes acumuladas por la criminalidad empezaron verdaderamente a doler.

Jóvenes, es la palabra con la que analistas dan por explicado el movimiento. Jóvenes, es la respuesta que dan cuando se les pregunta al respecto de por qué esta masacre cala más que la de San Fernando de hace tres años, o por qué son tan pocas las voces que pedimos explicación sobre los cuerpos accidentalmente hallados durante la búsqueda de los normalistas.

Jóvenes, la palabra de moda ¡y sin embargo una categoría inútil! Porque joven es el adolescente que deja las clases para trabajar el campo; que no regresa a la escuela porque hacerlo significaría la inanición para sus hermanos menores. Pero joven también es el que abandona los estudios para asaltar en los camiones. Tanta es la heterogeneidad del término, que usarlo para explicar cualquier movimiento social es un error. Recurrir a él para cimentar nuestras esperanzas nacionales, un suicidio.

Soy joven, convivo con jóvenes y en repetidas ocasiones nos he visto despilfarrar nuestras fuerzas y nuestro tiempo. Estamos de moda y nos aprovechamos de ello. Exigimos cada vez más derechos y concesiones, pero hemos rehuido a cumplir nuestras obligaciones ciudadanas.

Fui alumno del Colegio de Ciencias y Humanidades y vi a mis autodenominados “críticos y consientes” compañeros dejarse manipular políticamente por su flojera para leer. Adjunté grupos de la Facultad de Ingeniería y de 75 alumnos con los que traté, menos de cinco pudieron explicar cómo se aprueba una ley. Trabaje en el IFE y constaté que los “guardianes de la democracia” del #YoSoy132, nunca habían leído el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Políticos (COFIPE). Vi cómo, luego de meses de mantener abierto el registro y no hacer nada, tal y como si se tratara de la entrega de un trabajo escolar, pidieron a la autoridad electoral un plazo extra para registrarse como Observadores Electorales. En 24 horas sucedió lo que no pasó en semanas: se registraron casi 40 jóvenes como Observadores, pero de ellos sólo una pareja regresó a la Junta Distrital para vigilar el proceso electoral. Durante el cómputo distrital no hubo ningún 132 presente; tal era la fuerza de sus convicciones.

Soy Scout desde hace 15 años y he visto a la Asociación de jóvenes más grande del país, verse obligada a instalar retenes y controles en sus eventos nacionales para evitar que sus integrantes (muchachos que prometieron “construir un mundo mejor”) se estupidicen a base de alcohol. Soy testigo de cómo, justificados en el “equis, soy joven“, segmentos favorecidos de la población se han devaluado en Mirreyes y Lobukis. Sin duda he visto a jóvenes hacer cosas grandiosas e históricas, dignas de ser imitadas, pero también es cierto, somos los menores de 30 quienes cometemos las dos terceras partes de los delitos del país. Insisto: jóvenes es una palabra que abarca tanto, que si no se acompaña de otro adjetivo termina sin decir nada; es pues una categoría inútil.

Mientras sigamos creyendo que los cambios, que las movilizaciones y que la salvación verdadera deben ser juveniles, nada va a mejorar. Los mayores de 30 podrán dormir tranquilos luego de lavarse las manos y no hacer nada por transformar el país. Podrán seguir ignorando el llamado de la realidad, justificados en que los “jóvenes son el futuro del país” y que sólo a ellos toca construirlo.

Mientras nosotros, los menores de 30 no aceptemos la futilidad de autoreferirnos como jóvenes, esa especie de “pequeña adultez“, seguiremos haciendo del gobierno nuestro padre. En la medida de que preferimos esta zona de confort y no le entramos de lleno a la Ciudadanía, continuaremos con la inútil práctica de pedirle al gobernante en turno que cambie las cosas, como si se tratase sólo de una cuestión de voluntad política y no hubiese también un importante factor de incapacidad estructural real.

Al igual que a un adolescente que exige un teléfono nuevo sin importarle que sus padres puedan pagarlo, hoy salimos a las calles bañados de la misma ingenuidad. Nuestras mantas simplemente le pedían a papá gobierno que dejase de hacer mal lo que ha venido haciendo mal, sin involucrarnos a nosotros en el proceso y sin siquiera decirle con claridad cómo solucionar el problema. Como muchos de los Observadores Electorales de 2012, regresamos a casa convencidos de que estamos cambiando al país sin ensuciarnos las manos.

Cada vez que uno de mis compañeros universitarios se queja de la inteligencia o capacidad de un policía, le doy la razón pero le pregunto si estaría dispuesto a enrolarse en las fuerzas del Estado. Ninguno me ha respondido que sí. Todos queremos una excelente policía, pero no estamos dispuestos a construirla. Cuando invité a amigos a participar en las votaciones, pocos aceptaron hacerlo. Todos queremos elecciones limpias, sin embargo casi ninguno estamos dispuestos a dar nuestra energía y tiempo para cuidar la jornada electoral.

Así no se puede, las mantas y las marchas están bien, pero sirven para muy poco ¡La nación demanda más! Demanda talento, inteligencia y esfuerzo, mucho esfuerzo. Necesitamos una juventud que no se conforme con usar ese adjetivo. Una sociedad que deje de suponer que la vida pública corresponde a determinado grupo de edad. Ciudadanos que estén dispuestos a entrar al ruedo con conocimiento de causa y con vocación; estamos pues, llamados a transformar al país.