¡Qué compleja es la cuestión de género! Mientras que la nueva cinta de Disney: Maléfica, se hace de jugosas ganancias explotando un personaje que supuestamente reivindica el papel de la mujer, simultáneamente la cantante Rihanna logró atraer los reflectores recurriendo al gastado recurso de disimular la desnudez. Resulta paradójico que por un lado el público celebre la objetivación de la estrella pop en turno, mientras que simultáneamente se unge de corrección política aplaudiendo un filme que en realidad es un tanto mediocre y dista de ser feminista.
Desde el estreno de Blanca Nieves y los Siete Enanos (1937), la compañía del ratón ha sido objeto de numerosas críticas que continuamente han señalado el rancio estereotipo de “mujer” que promueve: muchachas jóvenes, inocentes, bonitas, alegres, un tanto torpes y completamente dispuestas a la voluntad de un hombre.
En respuesta a las críticas y sumándose a la ola feminista del fin de siglo, en 1998 Disney intentó con algo de éxito transformar su discurso y nos presentó una Mulán que desafiaba los esquemas de su sociedad, pero cuyo guion apenas logró pasar la prueba de Bechdel, y finaliza uniendo a la chica con un chico; destino ineludible de (casi) todas las princesas Disney.
Situación similar ocurriría con La princesa y el sapo (2009), cinta que fue promocionada como la “joya feminista” de la compañía, ya que nos presentó una protagonista emprendedora y decidida pero que finalmente terminó llenando la ausencia de su padre casándose con un príncipe.
Tres años después Disney avanzaría de forma más decidida en este camino al presentarnos en 2012 a Mérida, una princesa que no contenta con ser beneficiaria del riguroso y jerárquico matriarcado en el que se desarrolla su historia, hace lo necesario para reivindicar su libertad con respecto a su madre, mujer que pese a todo, defiende posturas un tanto machistas.
Valiente es una historia algo aburrida en términos fílmicos, pero significó un gran avance en el discurso de la compañía. Avance que al parecer no fue del todo bien recibido por el público, pues al año siguiente el corporativo consideró necesario rediseñar al personaje y mostrar una Mérida más “atractiva”, con una cintura más delgada, una piel más fina y un cabello más sedoso.
Por supuesto, ello desencadenó la molestia de la diseñadora original, así como una campaña en redes. Pero aún más importante: nos demostró las dificultades que experimentamos como sociedad –y como consumidores– para definir el modelo que queremos vender a las generaciones más jóvenes. Al igual que cualquier otra compañía, Disney actúa pensando en los resultados que el departamento de mercadotecnia arroja. Por lo tanto, podemos suponer que este rediseño de Mérida respondía a lo que el mercado deseaba.
Luego vino Frozen (2013), historia protagonizada por dos hermanas de distinta personalidad que resuelven sus problemas sin recurrir a protagonistas masculinos, y que rompen el esquema clásico del “verdadero amor” al mostrarnos que éste no es exclusivo de las parejas sino también de los vínculos fraternos. La historia de Elsa y Ana es una película bien narrada que ofreció a los espectadores una nueva forma de contar historias mágicas; no por nada es la producción más taquillera de la historia del corporativo.
Pese a ello, el pasado fin de semana se estrenó Maléfica, historia que representa una marcha atrás en el oportuno camino que venía recorriendo Disney.
La nueva versión de la Bella Durmiente se suma a la moda de los anti-héroes o de los villanos no tan “malos” y nos cuenta cómo un hada bondadosa, linda y poderosa, es traicionada por Stefan, un hombre del cual se enamoró Maléfica, quien abusando de la confianza de ella le roba sus alas para ascender al trono del reino humano.
Resultado de esta decepción, la luminosa y cándida joven Maléfica (Ella Purnell, 18 años) entra a la edad adulta (Angelina Jolie, 49 años) convertida en un hada oscura de aspecto poco agraciado que no conforme con embrujar a la hija del traidor, quién ahora es rey, también levanta un temible muro fronterizo; se autonombra reina del mundo mágico –en el que se supone todos sus habitantes eran tan bondadosos que no necesitaban gobierno–; salva la vida a un cuervo con la única finalidad de esclavizarlo; y espera pacientemente 16 años el momento en que su hechizo se ejecute y por fin se cumpla su venganza…
Durante la larga espera para cobrar su agravio, Maléfica distribuye su tiempo entre evitar que muera la heredera del trono –si muere antes de los 16 años no podrá vengarse– y asesinar sin remordimiento a decenas de débiles soldados que el rey envía en su contra. Todo mientras hace gala de increíbles poderes mágicos que sorprenderían al mismo Harry Potter –bien por los efectos especiales–. Es en efecto una villana hecha y derecha.
El espectador distraído podría pensar que mostrar a esa mujer poderosa –cosa nada común en Disney– que por las malas toma las riendas de su vida y transforma activamente su entorno es feminista, pero lo cierto es que ello es un error.
Con excepción de Maléfica ninguna otra mujer en la historia es trascendente. En la película la única mujer que puede tomar decisiones sobre sí misma es precisamente aquella que tiene súper poderes similares a los de un dios, y además los usa de forma despótica. El resto de las participantes, las mujeres normales o las que aun teniendo poderes no los usan para dañar, no sólo están a merced de voluntades ajenas sino que también son mostradas como estúpidas.
Stefan ascendió al trono cuando intercambió las alas de la protagonista por la mano de la princesa, quien obviamente no fue consultada al respecto, y de la que apenas conocemos su voz por una frase de cinco segundos que pronunció en un filme de hora y media, palabras que por cierto, tuvieron la característica de ser inapropiadas para el contexto.
Las tres únicas mujeres con poderes –las hadas madrinas– son tan poco brillantes que cuando Stefan, rey del mundo humano sin ninguna autoridad sobre ellas, les ordena proteger a su pequeña hija, Málefica se ve obligada a cuidar secretamente de ella ya que la increíble ineptitud de las hadas casi le cuesta la vida a la niña.
Luego, casi al finalizar, ya teniendo 16 años, Aurora es encerrada en una torre para evitar que se pinche el dedo y se cumpla la maldición. Entonces, una sirviente –ojo, no fue un sirviente sino una mujer– le deja escapar de la torre como si nada, y sin hacer ningún esfuerzo por detenerla permite que la chica camine tranquilamente hacia su funesto destino.
Si bien la producción evita el cliché del beso de “verdadero amor” –recurso tomado de Frozen–haciendo que éste no sea dado por el príncipe accidental que aparece en el filme, sino por Maléfica, quien luego de cuidar de Aurora durante tanto tiempo la quiere como si fuera su hija; falla al volver a mostrar en pantalla a una princesa idiota. La Princesa Aurora tiene la única cualidad de ser curiosa, porque al igual que sus antecesoras es linda y sonriente pero ingenua y completamente sometida a voluntades ajenas.
El mensaje para las chicas: se una maldita y llegarás lejos. Para los chicos: si es exitosa es que es una perra. Bonita lección para la infancia.
La cinta termina con el homicidio del rey por parte de Maléfica, que a partir de ese momento vuelve a ser “buena” y abdica a favor de Aurora su trono –los seres del mundo mágico se tuvieron que olvidar de su utópica anárquica–. Lo que nos da cuenta de que el detonador de la historia y el que determina la personalidad de Maléfica es, pese a sus muchos poderes, un hombre. Es Stefan quien la vuelve mala y es la ausencia de él lo que le permite ser buena.
En resumen, una película que confunde el protagonismo de una mujer con feminismo, y que desperdicia la oportunidad de re-contar una historia acorde con los tiempos modernos. Maléfica es filme cuyo contenido debe llevarnos a reflexionar sobre si podemos acusar a Disney de ser retrógrada, mientras al mismo tiempo corremos a descargar la foto del cuerpo desnudo de Rihanna.