La incapacidad del régimen para aplicar la ley, los vacíos sin aclarar de los avances de la investigación del caso Ayotzinapa, el indignante regaño de Rivera, las paranoicas declaraciones de Enrique Peña Nieto, las arbitraras detenciones y las demenciales acusaciones del 20 de noviembre, los cínicos dichos del secretario de seguridad pública del DF, la actuación porril de los granaderos el 1 de diciembre, así como la galopante incertidumbre económica y de seguridad que sobrevivimos día a día, me obligan a sumarme a la indignación: Yo también #YaMeCansé.
Me cansé de la frialdad con la que asesinos confesos describen sus canalladas en cadena nacional, pero también me cansé de que esto no sea una novedad en un país que lleva el último cuarto de siglo siendo escenario cotidiano de estas y peores crueldades, y que aún así, pese a nuestro cansancio colectivo, parece que nada cambia. Me cansé de la respuesta insensible y violenta del gobierno, pero también de la violencia banal de los que se dicen “anarcos”. Me cansé de toda esta podredumbre, pero también de nuestros inútiles cansancios.
Tantos son nuestros cansancios que ya cansan. En diferentes y múltiples ocasiones los ciudadanos hemos tomado las plazas públicas para manifestar nuestra irritación ante el clima de inseguridad que azota a México. En nuestra memoria aún permanece el asesinato de Camarena, la masacre de Acteal, las muertas de Juárez, el gober precioso, Wallace, Fernando Martí, las granadas detonadas en Morelia, la guardería ABC, la masacre de Villas de Salvárcar, los estudiantes asesinados del Tec, el ataque a Tierras Coloradas, el asesinato de Francisco Sicilia y sus seis acompañantes, las fosas de San Fernando, el casino Royale, el campamento El Colibrí, el bar Heaven, la casa hogar de mamá Rosa… ¡Carajo! Son tantos los casos que no debería sorprendernos que el Procurador se confiese cansado. ¿Quién en México no lo está? Todos lo estamos.
Desde hace años, y sin dar resultados, las pancartas y los pliegos petitorios se suceden sexenio tras sexenio, siempre pidiendo lo mismo: justicia… legalidad… la renuncia del gobernante en turno… Tal es la inmovilidad de las consignas que incluso algunas se han vuelto lugares comunes. Muestra de ello es el tristemente célebre: “si no pueden, renuncien” de Alejandro Martí, uno de los muchísimos padres a quienes la violencia les ha arrebatado a sus hijos, y autor de esta frase repetida en incontables ocasiones.
Otra vez volvemos a hacer lo mismo: marchas, veladoras, vestimenta de un sólo color… Parece que lo único novedoso es que ahora las redes sociales permiten hacer de la indignación una moda. Poner en el perfil de facebook la selfie tomada durante la manifestación bien puede ser un gesto “cool” para personas que nunca habían manifestado sensibilidad en temas sociales; aparecer portando el letrero de “Ayotzinapan (sic) somos todos” es un recurso fácil para obtener likes, un autoengaño que remite al pusilánime #BringBackOurGirls, con el cual los comodinos famosos de Hollywood limpian sus conciencias suponiendo que enviando un tweet salvarían a las víctimas de Boko Haram. El uso de consignas de protesta en casi cualquier lugar (camisetas, vasos, pizarrones, autos, etc.) nos recuerda nuestro obsesivo gusto por estar a la moda, ese que bien les ha funcionado a los comerciantes de Apple. Hecho incluso recientemente señalado por el EZLN.
“Hagan de cuenta que son 100 los que ahora los acompañan en sus demandas. De esos 100, 50 los cambiarán por la moda que esté a la vuelta del calendario. De los 50 que queden, 30 comprarán el olvido que ya ahora se oferta en pagos en abonos y se dirá de ustedes que ya no existen [fusion_builder_container hundred_percent=”yes” overflow=”visible”][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=”1_1″ background_position=”left top” background_color=”” border_size=”” border_color=”” border_style=”solid” spacing=”yes” background_image=”” background_repeat=”no-repeat” padding=”” margin_top=”0px” margin_bottom=”0px” class=”” id=”” animation_type=”” animation_speed=”0.3″ animation_direction=”left” hide_on_mobile=”no” center_content=”no” min_height=”none”][…]” Subcomandante Moisés.
No quiero ser pesimista, no me malinterprete, pero los últimos años dejan claro que sin importar la geografía, la fecha, el partido gobernante o la intensidad de las consignas, por si sola la protesta social es insuficiente. Con cada escándalo se refrenda el patrón: cuando una de las muchas hijoputeces que diariamente pasan en el país es mediatizada, la sociedad repite la gastada fórmula de exhibir las pancartas de siempre. Entonces la clase política se lava las manos con las cantaletas acostumbradas (llegaremos a las últimas consecuencias… caiga quien caiga… nuevo pacto social…), y el gobernante en turno se ve obligado a realizar esfuerzos extraordinarios para, de forma casi milagrosa, dar salida al asunto pero sin resolver el problema de fondo, en espera de que otra desgracia tome por asalto la opinión pública nacional.
Es un guion conocido que ya empieza a cansar. Un libreto que incluso repite nuestra clase gobernante. Hace cuatro años otro funcionario también aseguró estar fatigado. En entrevista de radio, el entonces Presidente Felipe Calderón, expresó su cansancio ante las críticas que se hacían a una guerra de tres años que no daba resultados. En aquel momento el primer mandatario fue justamente vilipendiado, mas no hubo ningún hashtag al respecto. ¿Aún no nos cansábamos del cansancio gubernamental?
“Quienes lo han visto en estos días describen al procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, como un hombre preocupado, con los ojos rojos por las horas robadas al sueño, que maneja casi de memoria los datos clave de las declaraciones de los detenidos – a quienes en ocasiones él mismo ha interrogado– relacionados con la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Tiene en la pared de su oficina diagramas y mapas para darle sentido a la información.” Turati
En el video de la conferencia que dio vida al trending topic de más larga duración en la historia de twitter en el país, llama la atención las bolsas en los ojos del Procurador. Su rostro genuinamente cansado da cuenta de la impotencia que debe sentir un hombre que pese a tener bajo su mando a 26 mil trabajadores, y acceso a la inteligencia de todas las agencias del Estado, le tomó un mes de marchas forzadas dar una respuesta insuficiente que ni de lejos ayuda a recuperar la catastrófica caída de la popularidad del régimen. En efecto, debe ser frustrante cargar toda la presión nacional e internacional sobre los hombros, y no lograr dar salida a una contrariedad en la que se juega el status quo del que es beneficiario.
En el caso Ayotzinapa y en los resultados del sexenio pasado, veo que el problema que enfrentamos es más grave que sólo la falta de voluntad política. La enorme movilización de recursos que se ha venido haciendo demuestra un genuino intento gubernamental para solventar el problema. Seguramente no por compromiso ni por solidaridad, pero sí al menos buscando resguardar sus intereses. Sin embargo, parece que esto no da resultado. ¿Será acaso que ni todo el poder del Estado, ni toda la fuerza de la sociedad alcanza para salir del infierno en el que nos hemos metido?
Me niego a aceptar una respuesta afirmativa. Prefiero pensar que nuestro cansancio colectivo, casi patológico, se debe no a una fatal resignación ante un escenario que parece inevitable, sino a la fatiga propia de la infructífera repetición de nuestras acciones. Imitando a Sísifo (aquel pobre diablo que subía una y otra vez una piedra por una ladera), continuamente nos equivocamos en el diagnóstico y en la cura. Que no nos sorprenda nuestro cansancio.
Es momento de cambiar la dinámica. Es tiempo de que la presidencia asuma su mandato constitucional, y que empiece a “mover a México” a base de acciones de gobierno y no de iniciativas legislativas. Por ejemplo, en lugar de prometer un nuevo fiscal anticorrupción, Peña Nieto debería cumplir su protesta de ley (“…hacer valer la constitución y las leyes que de ella emanan”) y hacer efectiva la orden de aprensión internacional que pesa sobre Montiel.
El Congreso de la Unión debería dejar la cómoda pasividad que le caracteriza. Los diputados y senadores se han mantenido a la espera de que en Los Pinos se haga el trabajo que a ellos corresponde. En lugar de ingresar iniciativas de ley han tenido la audacia de meter al recinto legislativo una pancarta culpando al Estado en tercera persona. Tal parece que los legisladores han olvidado su papel fundamental en la división de poderes. En lugar de decir “Fue el Estado”, deberían estar aceptando responsabilidades con un “Fuimos nosotros”.
Escudados en ser oposición, los partidos políticos cobardemente desvían la mirada ante sus propias inmundicias. Tanto oficialistas como la oposición, siguen pensando en el patio de recreo, jugando a la papa caliente, sin darse cuenta de que si la nación se desmorona nos arrastrará a todos por igual. Son tiempos que exigen dejarse de mezquindades. Urge que los políticos profesionales limpien sus filas dejando atrás nepotismos y compadrazgos. Que sean leales a la patria antes que a su partido. Que asuman tanto culpas individuales como compartidas, y que acorten las distancias ideológicas para lograr trabajar juntos en la búsqueda del bien superior: la paz y el desarrollo nacional.
Por lo que nos toca, los ciudadanos también hemos fallado. Pareciera que salimos a las calles con la idea de que a base de gritos nos empoderamos frente al poder, y que mientras más ruido hagamos seremos mejores ciudadanos. Marchamos revestidos de un frágil manto de honestidad que en lo privado se cae cada vez que nos ofrecen algún beneficio a cambio de un soborno. Demandamos un Estado de derecho sólido pero hacemos oídos sordos anta la ilegalidad cotidiana en la que transitamos, incluso la justificamos y promovemos aduciendo que son “delitos menores” o que los delincuentes “no tienen otra opción”.
¡Basta! Es tiempo de empezar a ser verdaderos ciudadanos. Dejar atrás la facilidad que implica suponer que con una marcha y una pancarta ya cumplimos nuestros deberes patrios. Sí, las manifestaciones funcionan para poner los temas en agenda pero resultan insuficientes. Hace falta involucrarse activamente en la solución de los problemas. Hay que hacer más que sólo enunciarlos.
Ciudadanos y gobernantes, volteemos a las Universidades para demandar de ellas respuestas a los desafíos nacionales. Obtengamos de ellas el conocimiento necesario para dejar los diagnósticos simplistas y los lugares comunes que nos alejan de las soluciones reales.
Es en las aulas donde estamos las personas con el tiempo, el gusto y los recursos necesarios para meditar con profundidad los graves problemas que nos perturban. Sin embargo, con algunas excepciones, en general la élite cultural e intelectual no hemos cumplido correctamente nuestro deber ético con el país. Por ejemplo, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tiene en sus institutos de investigaciones económicas, históricas, jurídicas y sociales, a 237 brillantes científicos adscritos al Sistema Nacional de Investigadores y a cientos de estudiantes de posgrado, que por su área de estudio bien podríamos estar aportando soluciones. En lugar de ello, nos hemos limitado a colgar lonas de apoyo, simular clases frente a butacas vacías y a emanar comunicados carentes de contenido.
Cierto, no todos los involucrados en éstas y otras dependencias podemos hacer aportaciones significativas al debate, pero aún así la UNAM y otros centros de estudio cuentan con suficientes expertos como para realizar un esfuerzo conjunto de carácter institucional, mediante el cual generar una estrategia que incida positivamente en el ejercicio de gobierno.
Hace tres años se hizo un primer esfuerzo que derivó en un prometedor documento titulado “Elementos para la construcción de una política de Estado para la seguridad y la justicia en democracia”, pero que debido a su generalidad resultó insuficiente. Lo que sigue es integrar un sistema en el que Gobiernos y expertos (universitarios y de la sociedad civil) entablen una agenda de trabajo conjunto. Hablo de hacer algo mucho más ambicioso que una mesa de diálogo o un seminario: debemos constituir un acompañamiento mutuo a lo largo del sexenio que derive en políticas públicas segmentadas por regiones geográficas y problemas específicos, realizadas en un marco de máxima transparencia y de cercanía a las comunidades locales.
Es tiempo de dejar nuestras cansadas costumbres. Hay que ir más allá de las consignas simplonas que adoptan unos y de los discursos demagógicos que usan otros. Es momento de transitar de las acciones simbólicas y discursivas a las faenas verdaderamente efectivas. Empecemos pues, a construir el México que deseamos.
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