De inicio quería ser piloto aviador, pero terminé siendo politólogo. Cuando niño imaginaba una vejez llena de anécdotas obtenidas a base de millas aéreas y sellos en el pasaporte, pero hasta ahora muchas de mis experiencias más preciadas me han sucedido participando de la sociedad civil o de las instituciones públicas. Creo que la culpa de este descalabro biográfico es, en buena medida, de John F. Kennedy porque con el programa Apolo demostró que la política es posibilidad.
Cuando tenía 17 años de edad y la elección de carrera era inminente aún no tenía mucha claridad de qué camino académico seguir. Para entonces, mi astigmatismo ya me había hecho dudar del potencial de una carrera como aviador, pero la ingeniería era una de las posibilidades que ocupaban mis pensamientos; hasta que conocí el extraordinario discurso con el que Kennedy anunció (en 1962) la voluntad de llegar a nuestro satélite natural.
“We choose to go to the Moon! We choose to go to the Moon…We choose to go to the Moon in this decade and do the other things, not because they are easy, but because they are hard; because that goal will serve to organize and measure the best of our energies and skills, because that challenge is one that we are willing to accept, one we are unwilling to postpone, and one we intend to win, and the others, too.” J. F. Kennedy.
Como es ampliamente conocido, en aquel momento el mundo confrontaba dos modelos de sociedad: el capitalismo y el comunismo. Entonces, y para colmo de los norteamericanos, los soviéticos llevaban amplia ventaja en diversas áreas, incluida la conquista del espacio. De manera que el anuncio presidencial: “We choose to go to the Moon” se volvió una consigna de implicaciones hasta espirituales. En ese objetivo Kennedy apostó la identidad nacional y, a la postre, la victoria del modelo socioeconómico que defendía.
Hace 50 años, el 20 de julio de 1969, el Saturn V llevó a Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins a la Luna, convirtiendo la misión Apolo 11 en un ícono de la intelectualidad humana. El alunizaje representa la victoria del pensamiento científico por sobre el mitológico ya que marca el largo camino que conecta el novicio entendimiento del uso del fuego hace más de un millón de años, con el avanzado manejo de la física y química necesarias para romper la gravedad terrestre y explorar el universo.
No obstante, la llegada a la Luna es un fenómeno que nos invita a reflexionar más allá de la epistemología y de la historia de la ciencia porque, en realidad, fue una victoria posible gracias a la práctica política.
Sí, fueron mentes científicas las que diseñaron y construyeron los artilugios que llevaron a la humanidad al satélite vecino. No obstante, fueron voluntades políticas las que dieron vida al proyecto y lo alimentaron hasta su éxito.
Recordemos que después del discurso de Kennedy (y seguramente luego de cientos de horas de negociaciones tras bambalinas) se modificaron los planes de estudio de todos los niveles educativos, se crearon nuevos colegios, se dieron becas y subsidios, se ejercitó la maquinaria propagandística y, a base de una generosa inversión pública en infraestructura, investigación y desarrollo, también se alinearon las principales industrias y desarrolladores privados con ese objetivo.
La elocuencia presidencial llevó el presupuesto público para exploración espacial de $500 millones de dólares anuales hasta $5,200 millones. Tan sólo el programa Apolo (sin contar todas las otras acciones públicas relacionadas con la exploración espacial) costó a la sociedad estadounidense el equivalente actual a: $223 mil millones de dólares. Una cantidad similar a todo el programa cuatrianual de infraestructura interior del gobierno de Donald Trump o al 18% del Producto Interno Mexicano (4.2 billones de pesos). En definitiva, llegar a la Luna costó mucho, muchísimo.
En la época del discurso de Kennedy, la sociedad norteamericana enfrentaba los demonios de su racismo, el vertiginoso aumento de la pobreza urbana y de la violencia criminal (que eventualmente llevaría al asesinato del propio presidente). También, el pueblo estadounidense seguía asimilando la fallida invasión a Cuba (con una crisis nuclear en gestación) y recordaba el fracaso de la intervención en Corea con una guerra en Vietnam que para entonces cumplía 6 años de duración y estaba lejos de finalizar. Además, el surgimiento de la OPEP cuestionaba la incipiente hegemonía estadounidense y los partidos procomunistas ganaban adeptos en todo el mundo, especialmente en la cercana Latinoamérica (era la antesala de las múltiples guerrillas de los años 70s).
Con tantos problemas, ¿por qué gastar cuantiosos recursos en el sueño lunar?
Ahora la respuesta es evidente: apostar por la conquista espacial fue la mejor decisión posible ya que llevó a Estados Unidos a desarrollar el aparato tecno-científico e industrial a tal punto que la victoria económica sobre la URSS fue absoluta. Pues como bien indicó Hobsbawm: aunque los soviéticos lideraban la producción de tractores, los estadounidenses inventaron los microprocesadores. A la postre no sólo ganaron la carrera espacial, también generaron una fuerte economía que les llevó a tener el menor nivel de pobreza de su historia durante la década posterior al alunizaje (ver gráfica).
En retrospectiva, la decisión de ganar a toda costa la carrera espacial fue correcta, pero en su momento hubo que convencer a toda una nación de articularse en torno a ese objetivo. Lo cual no fue asunto menor ya que desde el principio hubo voces que se oponían al programa argumentando el supuesto “descuido” de los otros problemas que había. Sin embargo, la realización de grandes proyectos como el programa Apolo ese es el tipo de éxitos que cosecha el quehacer político puesto al servicio de los ideales.
Sé que en México, un país tan dolorosamente vapuleado por la corrupción y la impunidad, es difícil imaginar que el quehacer político puede ser decoroso. Acostumbrados a la cortedad de miras y al egoísmo de nuestros gobernantes nos hemos hecho a la definición de Lasswell y a los modos Napoleónicos, pero la política es mucho más que el pragmatismo al servicio del poder, también es posibilidad.
Sí, podemos aceptar cierta validez a la visión de Lasswell respecto de que el quehacer político es un proceso transaccional que determina “quién obtiene qué, cuándo y cómo”. Incluso podemos considerar la utilidad táctica de la consigna napoleónica según la cual “el fin justifica los medios”. Sin embargo, debemos ser capaces de revisitar a los grandes pensadores porque, si bien, la política sirve para determinar jerarquías y establecer privilegios también nos otorga la posibilidad de vivir en sociedad; y es ahí, como señaló Aristóteles, en el seno de una comunidad políticamente organizada que las personas podemos ser verdaderamente libres.
En el mismo sentido, Rousseau pensaba que el pacto social genera condiciones colectivas que ayudan al desarrollo y realización de las personas más allá de nuestra condición meramente animal. Para él, la política es necesaria para la colaboración y la coordinación, y por lo tanto, nos da la oportunidad de probar el potencial de nuestra humanidad mediante la vida en sociedad.
Gracias a la política individuos naturalmente condicionados por las necesidades fisiológicas y enfrentados por intereses personales, podemos generar canales de comunicación, pactar acuerdos de cooperación y construir proyectos compartidos en beneficio de toda la colectividad. Al punto de poder lograr cosas tan increíbles como pisar otros cuerpos celestes… algo inimaginable para cualquiera de las otras ocho millones de especies con las que compartimos el planeta.
Así, cuando Kennedy inspiró el alunizaje hizo honor a las ideas de Rousseau. Desde luego, podemos no estar a favor del capitalismo, pero lo cierto es que en esa acción el líder estadounidense actuaba en consonancia con su visión del mundo mas que con sus intereses, por lo que sus actos trascendieron el mero deseo de autoridad a favor de la construcción de una visión compartida, de un horizonte común.
Terminé estudiando Ciencia Política porque me di cuenta de que esa es la mayor capacidad de la humanidad. Por ello, a medio siglo del alunizaje, te invito a mirar el cielo nocturno y pensar en el teólogo San Agustín quien creía que la política era la herramienta necesaria para hacer posible lo que él llamaba: “el reino de Dios en la Tierra”, pero que entre tú y yo mejor nombraremos como: nuestros ideales.
Creo que el programa Apolo, más allá de los beneficios directos a la población estadounidense, le heredó a la humanidad muchas cosas positivas; entre ellas un ejemplo de inspiración para participar de la cosa pública para hacer del mundo un lugar mejor.