Recientemente, la periodista Eréndira Aquino publicó el artículo: “El director del CIDE reconoce la crisis financiera del centro de estudios: no tienen ni para pagar el gas“. Una semana antes, Cristopher Cabello publicó otra nota igual de devastadora: “CIDE pide a profesores trabajar sin pago“. Leer estos titulares me duele profundamente. Me frustra pensar en la validez de aquel viejo poema que advierte cómo toda la prosperidad de un reino puede depender de un simple clavo.
“Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió.
Por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió.
Por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió.
Por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió.
Y así como la batalla, fue que un reino se perdió.
Y todo porque fue un clavo el que faltó”.
Hace ya un par de años, la comunidad estudiantil del CIDE nos levantamos con determinación para defender lo que consideramos elemental en los espacios académicos: participación estudiantil; recursos para la docencia e investigación; y directivos legítimos, eficientes y apegados a la legalidad. En ese momento, nuestras demandas se cristalizaron en tres peticiones concretas: respeto a los fideicomisos para la ciencia, representación estudiantil formal en la toma de decisiones del CIDE, y un proceso legal y transparente para la elección de la dirección del Centro.
Si estiramos la analogía del poema, los fideicomisos serían el clavo, la dirección y el personal administrativo el caballo, y la comunidad cideita el jinete. Cualquier institución necesita una estructura burocrática eficiente que permita a su comunidad avanzar hacia sus metas. Sin recursos, esa estructura no puede funcionar; pero incluso con recursos, una administración ineficaz no llegará lejos. De igual forma, un jinete ganador necesita de un caballo capaz y bien cuidado.
En el CIDE, teníamos dos fideicomisos conformados por fondos autogenerados: recursos que no provenían de las arcas públicas, sino de la venta de libros, cursos y consultorías. Estos fideicomisos desahogaban la presión sobre la hacienda pública y permitían al Centro otorgar estímulos a docentes e investigadores, pagar becas de alimentación para estudiantes y cubrir parte de los gastos operativos. Sin embargo, la voracidad presupuestaria del presidente López Obrador lo llevó a exprimir recursos de todas partes, y decidió eliminar casi todos los fideicomisos públicos, dejando intactos sólo los de las fuerzas armadas. Así, el CIDE se quedó sin clavos ni herraduras.
Nuestra voz se alzó entonces, advirtiendo del daño de cortar presupuestos con machete en lugar de bisturí. Pero el poder hizo oídos sordos. Después, la directora de CONACyT, María Elena Álvarez-Buylla, impuso ilegalmente a su títere, Romero Tellaeche, como director del CIDE. Primero, lo nombró interino y, desde su llegada, Romero demostró su cortedad de miras y arrogancia. Entonces, señalamos con claridad que su gestión era un desastre. No sirvió de nada: Álvarez-Buylla subió la apuesta y violentó la normativa del CIDE para encumbrar a su títere.
El primer y único paro estudiantil en la historia del CIDE fue una respuesta a esta agresión. Denunciábamos la ilegalidad y también la manifiesta incompetencia de Romero, un hombre sin las habilidades técnicas, ni la solvencia ética necesarias para dirigir una institución del calibre del Centro.
En nombre de la comunidad, entregué dos cartas en Palacio Nacional, solicitando al presidente reconsiderar las decisiones de Álvarez-Buylla y reconocer la representación estudiantil en el CIDE. La respuesta del presidente fueron descalificaciones en sus conferencias mañaneras. Junto con otros colegas, nos acercamos al Congreso, y hasta fuimos recibidos por el entonces secretario de gobernación, Adán Augusto, que reconoció que el proceder político de Álvarez-Buylla era cuestionable, pero se limitó a prometer que “lo revisaría”. No pedíamos nada irracional: ni siquiera objetábamos que la nueva dirección fuera afín al proyecto morenista, únicamente queríamos a alguien a la altura del cargo. Pero el obradorismo es culto sustentado en mantras, uno de ellos: “99% de lealtad, 1% de capacidad”.
Tristemente, el tiempo nos da la razón. La gestión de Romero y Álvarez-Buylla en el CIDE ha sido funesta, caracterizada por decisiones caprichosas e improvisadas, y en muchos casos, orientada a llenar sus bolsillos. Al punto que la Auditoría Superior de la Federación, a pesar de su laxa supervisión en este sexenio, ha señalado irregularidades por varios miles de millones de pesos en CONACyT.
Durante su mandato, Romero ha desmantelado el CIDE. Eliminó la maestría en periodismo, redujo los programas de licenciatura en el campus de Aguascalientes, cerró el Centro para el Aprendizaje en Evaluación y Resultados de América Latina, y propició la salida de más de 41 investigadores de primer nivel, reemplazándolos por contrataciones a modo. En dos años, ha cambiado de secretario académico dos veces. El CIDE fue una institución dirigida por extraordinarios administrativos. Ahora cabalga en un caballo mal alimentado y pésimamente entrenado.
A pesar del estrés financiero provocado por la desaparición de los fideicomisos, la necedad de Romero lo llevó a crear una nueva división académica para premiar a sus amigos. Encumbró a su esbirro Rodrigo Aliphat y contrató a leales, sin importar su mérito. Para muestra un botón: el promedio de citación de los artículos científicos publicados por todos los miembros de esta nueva división apenas llega a 59, mientras que en las demás divisiones, el promedio supera los miles.
Lo que antes fue una institución ejemplar, reconocida por su rigor académico y compromiso con el país, ahora lucha por mantener su esencia y honrar su historia. Sin embargo, la verdad es que México está (estamos) perdiendo lentamente una de las mejores instituciones educativas públicas del país.
No obstante, sostengo que hay una posibilidad, un motivo para la esperanza. Es incuestionable que la presidenta electa, Dra. Claudia Sheinbaum, y su futura secretaria de ciencia, Dra. Rosaura Ruiz, tienen una visión más clara de los problemas nacionales y una inteligencia mucho más aguda. Desde este espacio, hago un llamado a que reconozcan que el sexenio que termina tuvo acierto, pero también graves errores. Uno de los peores fue la política científica encabezada por Álvarez-Buylla ¡Tenemos que corregir el rumbo!
Ahora más que nunca, defender la ciencia no es simplemente una cuestión de presupuesto. Es preservar la libertad académica, el pensamiento crítico y, ante todo, defender el derecho de la ciudadanía a contar con instituciones capaces de abonar al debate público con argumentos sólidos y fundamentados en la evidencia. El CIDE, es un baluarte de la rigurosidad como condición para la formación de personal y como garantía de buena ciencia. Su rescate es solo posible y urgente.
Si la presidenta electa, Dra. Claudia Sheinbaum, y su futura secretaria de ciencia, Dra. Rosaura Ruiz, deciden confrontar esta crisis con valentía y una visión clara, podrán evitar que esta institución clave para el país caiga en la ruina. De lo contrario, el costo será mucho más que la pérdida de un centro público de investigación: será una herida que lesionará a todo el sector académico y científico. No dejemos que, por la negligencia de un clavo, se pierda el reino entero.
*Imagen de portada creada mediante inteligencia artificial de OpenAI.