Con su venia Consejera Presidenta.
Buenos días, colegas Consejeras, Consejeros, Representaciones de Partido Político, Funcionarios y Ciudadanía que nos acompañan.
Mientras venía camino aquí, escuché en la radio a nuestra Consejera Presidenta del Consejo General, Guadalupe Taddei, afirmar que hoy es un día de “fiesta democrática”. Al hacerlo me fue difícil encontrar argumentos para compartir su optimismo, por que también afirmó que “tan sólo no se podrán instalar 222 casillas”. Sinceramente, me dolió escucharla declarar esa cifra usando las palabras “tan sólo”.
Y en efecto, estadísticamente, suena como poca cosa poruqe representan el 0.1% de la totalidad, pero si suponemos unos 700 votantes por casilla, estamos hablando de más de 150,000 personas que no podrán ejercer su derecho al sufragio en sus localidades. Justo por eso no debemos relativizar el problema apelando a porcentajes, porque cuando dejamos de defender todos los derechos para todas las personas, no para el 99.99% sino para todas las personas, nos encaminamos en una ruta muy peligrosa y de difícil retorno.
Como politólogo y aún más como activista de derechos humanos, para mí el Estado es, de origen y esencialmente, un aparato de dominación. En consecuencia, la democracia es una apuesta civilizatoria. Es un proyecto a favor de regular la competencia por el poder y, especialmente, de ceñir el ejercicio de este poder a un marco ético. Todo con el objetivo de sublimar la posibilidad de dominación para beneficio de la población. De ahí que me preocupe tanto ver a nuestra democracia bajo un doble asedio.
Durante las campañas que recién concluyeron, se polemizó mucho sobre el rumbo que han tomado algunas de las instituciones que sirven como contrapesos en nuestro novicio sistema democrático nacional, pero poco se ha hablado, desde una perspectiva política, de una amenaza mucho más grave: la del crimen organizado.
A pesar de que el primer debate, el del rumbo institucional, genera polémicas, lo cierto es que se inscribe dentro de la discusión pública y atiende a la natural evolución y rediseño de nuestras instituciones constitucionales. En cambio, lo segundo es, de facto, una cancelación del Estado de derecho. Sin lugar a polémica, el ascenso del crimen organizado representa una derrota del proyecto civilizatorio democrático.
Hasta el día de ayer, Data Cívica contabilizó 31 candidatas y candidatos asesinados en este proceso electoral. Las vidas que arrancó la violencia política en estos meses suben hasta 168 si se cuentan a familiares y simpatizantes de estos candidatos. Hubo un aumento del 130% en el número de agresiones políticas respecto a la elección de 2021. Insisto: aumento del 130% en tres años.
Cerca de 900 candidaturas, de todos los partidos, se bajaron de la contienda por temor a ser un digito más en esta tragedia. ¡No puede ser que el derecho humano a la participación de lo público, de lo colectivo, nos esté constando la vida!
En jalisco, dos municipios: Tuxpan y Mazamitla se quedaron sin candidatos contendientes. En Chiapas, una de las 222 casillas que no vamos a poder instalar pertenece a la comunidad de Chenalhó. Cuyos habitantes fueron desplazados de manera forzada de sus domicilios por la criminalidad. Y es mediante un juicio de protección de derechos que el Tribunal Electoral ordenó al INE la instalación de una casilla secreta para permitirles votar.
Permítanme detenerme en eso: hoy, hay votantes a los cuales se les comunicó uno a uno y en secrecía el lugar donde podrán votar, pues de otra forma, su integridad corre peligro.
Trágicamente, en la fiesta democrática de hoy, hay lugares donde la etiqueta “crimen organizado” se queda corta. Hay algunas zonas de este país donde el concepto sugerido por la ciencia política es más bien el de: “señores de la guerra”, “warlords”, porque ya ni siquiera llegan a “caudillos”. Se trata de sujetos armados que intentan ejercer dominación política sin mayor límite que el de su voluntad y sin proyecto político alguno. Personajes premodernos que están atentando contra el proyecto democrático.
Y, sin embargo, mientras mi mente se perdía en estas sombras, mis ojos encontraron esperanza, pues en mi camino observé a un par de presidencias cargando sus paquetes electorales rumbo a sus casillas. Negocios ofreciendo reconocimiento a quienes voten y también vi a nuestros CAES con sus característicos chalecos coloreando la mañana de este domingo y naturalmente recordé fotos que circularon ampliamente en redes sociales en días pasados.
En una de ellas se veía a una Capacitadora Asistente Electoral, cargar la mampara, las urnas y el paquete por sobre un camino pedregoso y empinado en una remota zona rural. Asistiéndose en esta difícil tarea de un caballo. Y entendí que sí, hoy, en algunas zonas del país, la democracia se defiende con las uñas, pero en muchas otras lo hace con los dientes, con los dientes de una sonrisa.
A pesar de los enormes y crecientes desafíos, hay esperanza y hay posibilidad para el futuro. La encontramos en cada ciudadano; en cada CAE; en cada militante de partido y en cada funcionario de los distintos institutos electorales que participamos de esta jornada. Millones de personas que, independientemente de sus compromisos ideológicos y hasta laborales o partidistas, se entregan sinceramente al fortalecimiento de la democracia. Si acaso hoy habrá alguna celebración, que sea para honrar estas vocaciones.
Que la jornada electoral, nos sirva como hito para recordar que más allá de nuestras afinidades y de nuestras militancias o ideologías, nos une un proyecto nacional que es transexenal y transgeneracional. Independientemente de los resultados, mañana seguiremos estando convocadas y convocados a lograr que México sea un país con todos los derechos para todas las personas y en el que participación política ya no cueste la vida.
Es cuánto.