Con preocupación veo que es muy probable que Trump gane la elección presidencial el próximo martes. Si bien las encuestas muestran un empate técnico, es de esperar que hay un “voto oculto”, ya que, dada la identidad de las candidaturas resulta políticamente incorrecto admitir que se votará por Trump (hombre blanco), en lugar de por Kamala Harris (mujer negra). Por lo tanto, es muy probable que la ventaja real sea para Trump.
Creo que el expresidente es un candidato competitivo por tres motivos: su campaña es fácil de entender; apela a problemas prácticos que afectan a todas las personas; y se beneficia de la frustración acumulada de segmentos poblacionales que se sienten marginados por la economía global y digital que caracteriza a las costas urbanizadas de Estados Unidos.
Por otro lado, Kamala Harris ha tenido una mal comunicación y su campaña está fuertemente vinculada a las apelaciones de la “izquierda progresista”, con llamados identitarios que apenas agrupan a unas pocas minorías del electorado y que, peor aún, alimentan el rencor y la frustración del resto de los votantes.
Comunicación for dummies
Respecto a lo primero, hay que advertir que, más allá de lo mal o bien que nos caiga Trump, sus mensajes son simples y directos. Fáciles de entender: cerrar fronteras, mejorar la economía y reimponer el orden y la ley. Sin duda, ideas de tal ambigüedad que hasta resultan infantiles, pero ciertamente son el tipo de mensaje que tiene éxito en las redes sociales y, en última instancia, el tipo de comunicación que tiene asidero en las masas producto de una educación postmoderna que menoscaba el uso de la lógica y la razón.
Paradójicamente, los sectores más progresistas han sido más sensibles a los principios de la postmodernidad y han sido los principales promotores de la valoración de la subjetividad y el relativismo. Este enfoque, aunque enriquecedor en algunos aspectos, también ha generado un escepticismo hacia la razón y la lógica tradicionales que, en este contexto electoral, privilegia mensajes emocionales y simplificados justo como los de Trump. En esta posición resuenan más los mensajes que apelan directamente a los sentimientos y experiencias inmediatas de las personas que los argumentos complejos y matizados.
De esta forma, la perspectiva más sofisticada de los comentócratas del partido demócrata encuentra poco asidero entre el gran público. Sus discursos aciertan en hacer eco de las complejidades del mundo moderno, pero fallan en resolver el desafío comunicacional que ello implica. Además, Kamala, en lo particular, es una política ambivalente que ha ido cambiando su discurso a lo largo de su carrera. Esto hace que toda la campaña sea poco creíble y entendible, por lo tanto, difícil de vender.
Estudios han mostrado que el electorado de Trump incluye una amplia base de votantes blancos sin educación universitaria, mientras que los demócratas suelen recibir más apoyo de personas con títulos universitarios y posgrados. Esta brecha educativa se refleja en las prioridades y percepciones de los votantes. Mientras que mensajes simplificados y directos resuenan más entre aquellos con menor nivel educativo formal, los votantes con educación superior pueden inclinarse hacia propuestas más complejas y detalladas. El gran problema: la mayoría de la población no tiene estudios de posgrado.
Go woke, go broke
Por otra parte, cuestiones básicas como la seguridad, el empleo y la economía han sido dejadas en el olvido por la “izquierda” woke del partido demócrata. De hecho, mientras que Harris recibía el apoyo de celebridades del cine, Trump atrajo para sí apoyos que antes recibían los demócratas como el del Sindicato de Trabajadores de la Construcción, que se sintió atraído por sus promesas de fortalecer la seguridad y promover proyectos de infraestructura que generen empleos.
En lugar de mantener una agenda basada en la vida cotidiana, los demócratas se han centrado en debates que, si bien tienen su importancia, no necesariamente generan interés en las mayorías. Mientras Kamala se inscribe en discusiones abstractas como el uso de pronombres o la redefinición de características identitarias de personajes de ficción, Trump, con todas sus limitaciones intelectuales, habla de cosas prácticas y de interés general como es reindustrializar a Estados Unidos.
La “izquierda” identitaria estadounidense ha venido cometiendo un error político fundamental: olvidarse de sus causas históricas en beneficio de un discurso moralista basado en la taxonomía de las interseccionalidades y que castiga a las personas por su “privilegio” (real o percibido). En lugar de apelar a valores e identidades comunes que permitan aglutinar, su obsesión con las diferencias y por hacer de la identidad individual (subjetiva) algo prioritario por sobre los problemas comunes (objetivos) es una debilidad crítica.
En contraste, la estrategia de Trump se ha orientado hacia un discurso que evoca un “nosotros” común, un mensaje inclusivo en términos generales que apela a lo esencial de una identidad estadounidense donde cualquiera puede sentirse incluido. Incluso hijos de inmigrantes que, probablemente, tienen empíricamente más en común con sus países de origen que con su actual residencia.
Aun reconociendo la bondad de reivindicar y visibilizar minorías históricamente ignoradas, es un error el enfoque excesivamente detallado y segmentado que hace el wokismo por clasificar a la población en categorías tan específicas y tan mutables, abusando de etiquetas como “privilegio” (ahora vacía de contenido).
En términos político-electorales, esta perspectiva se enfrenta, además, al antagonismo que ha ido acumulando este grupo poblacional por culpa de la cultura de la cancelación, que persigue y castiga a todo aquel que opine fuera de los eslóganes del progresismo cinematográfico y del streaming pop. Aquí debo ser muy claro y explícito al respecto: comparto muchas de esas causas; lo que critico es la falta de oficio político en su defensa. La buena política convence, no impone.
Creo que por causa de esta cultura de la cancelación es que las encuestas salen empatadas, pero sospecho que en la intimidad de la urna, cuando no haya presión social ni importe la opinión de Taylor Swift, muy seguramente muchas personas votarán desde sus específicos intereses personales inmediatos. El llamado insistente, casi súplica, de los Obama a la comunidad negra para votar por Harris es muestra de que los votantes, en última instancia, buscan soluciones a los problemas que afectan su vida cotidiana, no solo reconocimiento simbólico o una retórica inclusiva.
Conclusión: al tiempo
Para bien o para mal, el votante medio prefiere cosas directas y tangibles antes que abstractas y futuristas. El elector promedio evita pensar en las consecuencias a mediano y largo plazo. Sucedió en México: los apoyos sociales se antepusieron a la deriva autoritaria en proceso y a la previsible insolvencia que enfrentarán las arcas públicas para mantener esos apoyos. En ese sentido, Trump ha sido mejor candidato, aunque seguramente será un peor gobernante para su país y para todo el mundo.
En todo caso, aunque Trump pierda y ojalá así sea, el solo hecho de que ese criminal esté disputando codo a codo la victoria debería interpretarse como un llamado por la realidad “de a pie”, un regreso a los problemas concretos que afectan a todas las personas, sin importar su identidad particular. Una lección para la oposición mexicana y, más allá de lo electoral, para todas las personas que hacemos activismo por los derechos humanos.
Actualización 06 de noviembre de 2024: La victoria de Trump ha sido aplastante. No creo que nadie sin información privilegiada pudiese haber previsto este escenario. Incluso en el voto popular es determinante su triunfo, superando por 4 millones a Harris. Lo que le permitirá mayoría en ambas cámaras. Tal victoria nos demanda un análisis multicausal que de cuenta de cómo logró aglutinar tantos y tan diversos sectores poblacionales.