En su novela Ensayo sobre la lucidez, José Saramago imaginó el culmen de la protesta civil pacífica: cada ciudadano expresa su descontento acudiendo a las urnas para dejar su voto en blanco. No se trata de un acto orquestado, sino de un gesto individual y espontáneo que da cuenta de una lucidez colectiva. Es una protesta sin insultos ni boicots, el sueño de quienes desde hace años llaman a anular el voto a manera de protesta. Pero los sueños siguen lógicas que no siempre aplican a la realidad.
La inédita elección que someterá al voto popular a ministros, magistrados y jueces obliga a reflexionar nuestra conducta cívica. No ahondaré sobre los distintos problemas y dilemas, bondades y perversiones de esta innovación electoral, que ya han sido ampliamente debatidos por voces más autorizadas. Mi propósito con este texto es otro, más pedestre y urgente: ofrecer criterios de reflexión a quienes ya miran la convocatoria con escepticismo y se preguntan cómo expresar su desacuerdo. ¿Conviene tachar la boleta, dejarla intacta o, sencillamente, quedarse en casa? […]
Este ensayo fue publicado en Letras Libres el 27 de mayo de 2025. Ahí se puede consultar su contenido completo.