La masculinidad requiere de un nuevo libreto

La masculinidad requiere de un nuevo libreto

Son tiempos interesantes para ser hombre. Hasta hace poco existía un libreto bastante claro sobre cómo ser hombre (proveedor, fuerte, etc.) que empalmaba con el de la feminidad tradicional, pero que ciertamente sólo “funcionaba” a base de subordinación, silencio y dolor. Afortunadamente, los roles de género están cambiando y ello es una oportunidad para mejorar la vivencia de ser varón. Sin embargo, como cualquier cambio, implica tensiones y encontrar respuestas a múltiples preguntas.

En contraste con las múltiples reflexiones, debates y aportes teóricos que han enriquecido el entendimiento contemporáneo de la feminidad, la masculinidad parece haberse quedado sin guionistas. Y en ese vacío, ganan terreno las fórmulas vacías, narrativas simplonas, los gestos performativos y las regresiones disfrazadas de profundidad emocional.

Este texto está dirigido principalmente a otros hombres y busca aportar a la conversación pública desde una perspectiva situada, tratando de evitar tanto la nostalgia como la caricatura del sentido de ser hombre. Me enfoco en la masculinidad cisgénero en contextos predominantemente heteronormativos, porque es esa forma la que ha moldeado con más fuerza los mandatos sociales que aquí intento explorar.

Como punto de partida, propongo observar dos modelos que, aunque opuestos en estilo, coinciden en su superficialidad: el flowerboy surcoreano y el macho nostálgico que nos mostró Chicharito Hernández hace unos días. A partir de estas figuras, busco mostrar cómo la discusión sobre la masculinidad contemporánea está empantanada, para luego esbozar algunas claves que podrían ayudar a mejorarla.

“Mujeres, están fracasando. Están erradicando la masculinidad, haciendo la sociedad hipersensible. Encarnen su energía femenina: cuidando, nutriendo, recibiendo, multiplicando, limpiando. Sosteniendo el hogar, que es el lugar más preciado por nosotros, los hombres. No le tengan miedo a ser mujeres y a permitirse ser lideradas por un hombre que lo único que quiere es verlas feliz; porque nosotros no conocemos el cielo sin ustedes.
Responsabilizarlas de su energía también es amarlas.

Hombres, estamos fallando en la falta de compromiso: al poner a nuestra pareja al último, no tener palabra y no priorizar hábitos para volvernos admirables. Entiendo que nos da miedo hablar y expresarnos verdaderamente de lo que sentimos, porque están tratando de erradicar la masculinidad, ya que en ciertos casos del pasado se suprimió la energía femenina. Pero muchos estamos aquí con ganas de amarlas, cuidarlas, respetarlas y proveerlas. Pero ustedes, mujeres, tienen que aprender a recibir y honrar la masculinidad.” (SIC)  Chicharito, julio de 2025

Dos caricaturas: el flowerboy y el macho nostálgico

Acabo de regresar del Congreso Internacional de Ciencia Política en Corea del Sur, país donde la figura del “flowerboy” domina el streaming digital y cautiva la imaginación femenina global. Se trata de un galán de K-drama que cuida su estética, es sensible y caballeroso.  El fenómeno atrae incluso a turistas esperanzadas en encontrar pareja con esas cualidades. Sin embargo, lo que alcance a ver es que esta apariencia masculina que se presenta amable, adornada y emotiva, en realidad oculta la persistencia de estructuras patriarcales arraigadas en la sociedad surcoreana.

De hecho, como respuesta a la reproducción de desigualdades bajo el envoltorio de un patriarcado con sombra en los ojos, han surgido movimientos tan contestatarios como el 4B, cuyas defensoras promueven el rechazo al matrimonio, la crianza y los vínculos sexoafectivos con hombres mientras no se produzcan cambios estructurales profundos.

Casualmente, al volver a México, me encontré con el otro extremo del problema. Javier Hernández Balcázar, conocido como Chicharito, ​se sumó a las voces que promueven un regreso edulcorado a roles de género arcaicos, apelando a una idea carente de sentido, pero pegajosa: “energías masculinas y energías femeninas” que supuestamente se complementan y equilibran. Es decir, una versión posmoderna del machismo de toda la vida.

Estas dos figuras: el flowerboy decorativo y el macho nostálgico, apelan a un malestar real pero son muestra viviente de que mucho del debate popular transita por fórmulas vacías. Por un lado, se caricaturizan los elementos tradicionales de la virilidad (diría mi abuelo: “feo, fuerte y formal”) para sustituirlos por la belleza y emocionalidad, encarnadas en el arquetipo surcoreano que fascina a muchas seguidoras.

Pero esta propuesta es una falsa salida pues parte de un diagnóstico superficial de la crisis masculina y ofrece como solución una estilización que acerca a otra caricatura, esta vez inspirada en atributos codificados como “femeninos”. Sencillamente, verse distinto no equivale a ser distinto. Aunque los gestos se ablanden, las estructuras de poder y las dificultades para sostener vínculos igualitarios persisten, porque la masculinidad no se deconstruye haciendo más “femeninos” a los hombres.

Por otra parte, me parecen sospechosas las posturas que apelan a retoricas edulcoradas para resaltar nostálgicamente determinados valores tradicionales de la virilidad como el compromiso, el liderazgo y la valentía, mientras omiten convenientemente otros de sus rasgos característicos como la agresividad, la dominación y la irresponsabilidad emocional. Más que un esfuerzo transformador, voces como la de Hernández representan una reacción frente a la pérdida de privilegios.

A tal propósito, conviene señalar que el futbolista está recibiendo tanto los habituales castigos simbólicos (la ya famosa “cancelación” o “funa”) como también represalias de carácter laboral y comercial, al mismo tiempo que otras voces, quizá con más capital simbólico o mediático, capitalizan exitosamente las mismas tonterías.

Por ejemplo, Martha Debayle ha dedicado múltiples programas en radio nacional para sostener ideas similares, generando el aplauso de hombres y mujeres por igual. Por ejemplo, la recuerdo a la locutora afirmando que la “energía masculina” de las mujeres exitosas les dificulta encontrar pareja.

También la he oído defender las relaciones “de alto valor” basadas en el binomio proveedor-cuidadora. Concepto que no es problemático porque reconozca el valor de cuidar, sino porque intenta imponer una jerarquía de género sobre esas funciones y bajo la lógica de que el único modo legítimo de ejercerlas es dentro de una estructura de dominación.

Señalo esto no en defensa de Chicharito, sino para subrayar que no estamos ante una narrativa marginal sostenida por unos pocos resentidos en redes sociales, sino de un discurso con amplia difusión y aceptación entre la población.

No quiero polemizar sobre si hay o no una reacción global organizada que esté promoviendo de forma articulada estas narrativas, porque me parece que se puede caer fácilmente en teorías de la conspiración, pero sí creo que indiscutiblemente este discurso está ganando popularidad.

Si nos quedamos en la funa coyuntural, demonizando selectivamente a sus voceros, corremos el riesgo de legitimar el mensaje al convertir al mensajero en mártir. Lo que necesitamos es desmontar el argumento y para eso hace falta más discusión y más autocritica.

Mi propuesta es reconocer que ambas figuras: el flowerman y el macho nostálgico son evidencia de un malestar real que muchos hombres no saben cómo nombrar ni cómo afrontar. La masculinidad tradicional ya no ofrece respuestas a los problemas y al estilo de vida contemporáneo (sobre ello escribí en: “No chicharito, el problema no es el feminismo”).

Considero que hombres como Chicharito se sienten genuinamente agraviados, pero también que no alcanzan a ver que su malestar proviene de haber sido educados en una cartografía que describe un mundo que ya no existe. Y en lugar de cuestionar esos mapas mentales, se aferran a ellos y les resulta más fácil culpar a las mujeres por: “abandonar su energía femenina”.

Para atender estos malestares, vendrá bien iniciar la escritura de un nuevo libreto sobre la masculinidad: una nueva forma de estar en el mundo como hombres, no definida por la reacción visceral o la nostalgia, sino por la deliberación y la ética.

Un ejemplo del abuso de “virtudes” asociadas a la masculinidad usado como argumento machista es este video de @PaolaHerreraBeauty, youtuber con más de 3.5 millones de seguidores.

Discutir sin cancelación ni complacencias

Ese nuevo libreto no puede escribirse desde el escarnio. Sin embargo, en muchos espacios progresistas, cuando los hombres intentamos expresar nuestras dudas sobre la cuestión de los géneros, se percibe la incomodidad. También suele juzgarse desde la superioridad intelectual de quien lleva años deliberando teóricamente sobre el tema, pero para la mayoría de los hombres, este sigue siendo un terreno desconocido y necesitan una ruta de aprendizaje.

Cierto es que algunos sólo están buscando la confrontación al hacerlo, pero otros sinceramente intentan hallar un nuevo sentido. A propósito, Bell Hooks (2004) tiene dos ideas fundamentales que conviene recordar: La primera es que el patriarcado no tiene género. Aunque lo encarnamos en su mayoría los hombres, también nos lastima a nosotros. Nos restringe dimensiones afectivas, nos impone rigideces, nos exige máscaras que impiden una vida plena.

Por ejemplo, la gran mayoría de víctimas de delitos violentos somos hombres. La mayoría de la deserción escolar es masculina. El suicidio es predominantemente un problema masculino. La vejez es particularmente más difícil para nosotros. ¿Es eso consecuencia del mismo sistema que hemos reproducido? Sí, pero no hace que dejen de ser un problema. De hecho, suma al llamada de desmontar el patriarcado.

Reconocer cómo impacta el patriarcado a los hombres no niega la urgencia ni la legitimidad del reclamo feminista frente al daño estructural que históricamente han sufrido las mujeres. Al contrario: permite entender que la discusión sobre la masculinidad no es un contraargumento.

El patriarcado ha sido especialmente cruel con las mujeres, pero también impone a los varones mandatos que duelen, que aíslan y que matan. Por eso, también nosotros necesitamos cuestionarnos y, sin competir por atención ni sustituir otras luchas, ser incluidos en políticas públicas sensibles a las problemáticas específicas de género que nos atraviesan.

Me hablo a mí y a mis pares: No se trata de asumir una posición victimista, sino de entender que el sistema que nos privilegia también nos mutila en la medida de que cumplamos o no el estándar inalcanzable de la virilidad idealizada. No enfrentar este mandato es colaborar con un sistema que afecta a todas las personas.

La segunda idea que quiero recuperar de Bell Hooks es que transformar la masculinidad no requiere avergonzarla. Si cada intento torpe de reflexión es castigado, jamás construiremos otra cosa. Los hombres tenemos que construir espacios para hablar con sinceridad, sin miedo ni culpa, sobre lo que duele, lo que avergüenza y lo que confunde. No para justificarnos, sino para comprendernos. No para evitar la responsabilidad, sino para asumirla mejor.

No se trata de justificar el machismo, sino de impedir que los discursos misóginos ganen fuerza precisamente porque nadie más está ofreciendo un lugar legítimo donde hablar del malestar masculino. De lo contrario, el vació lo seguirán llenado cretinos con narrativas regresivas.

La nueva masculinidad debe partir de criterios de realidad

Entre el macho típico y el flowerboy hay un espacio fértil que no estamos cultivando y al cual hay que acercarnos con criterios de realidad, sin reduccionismos ni moralismos. Es decir, reconociendo las condiciones materiales, simbólicas, y relacionales que moldean el tipo de masculinidad que se puede o no ejercer en cada contexto.

La realidad es difícil de atajar de una mirada. La discusión, entonces, debe ser compleja. Por ejemplo, el arquetipo del “hombre privilegiado” tiene utilidad para análisis estructural, pero también puede funcionar como “hombre de paja” si se abusa de él. Situación que dificulta la deliberación profunda.

Por ejemplo, recuerdo que en una acción política, durante una discusión sobre otro tema, una mujer blanca con mi misma formación profesional y de edad similar, apeló a mi persona para descalificar mi postura acusándome de ser un “hombre blanco”. Lo curioso es que mientras yo había llegado en transporte público al mitin, ella fue llevada por su chofer en una camioneta Mercedes-Benz.

Lo cuento no como queja, sino como ilustración: el “privilegio” necesita ser situado. Reconocer esto no significa negarlo, sino entender que rara vez opera de forma lineal. El análisis debe evitar los automatismos o se corre el riesgo de confundir ataque ad hominem con diagnóstico estructural.

Justamente, parte del problema es que algunas voces tienden a caricaturizar la masculinidad, exaltando sus manifestaciones más destructivas e ignorando que la vivencia de la virilidad es compleja, situada y a menudo contradictoria.

Esa tendencia a simplificar también se expresa en un desfase generacional: se asume que la masculinidad funciona igual en todos los rangos de edad, cuando en realidad está mutando, aunque lo hace lenta y desigualmente. Por ejemplo, aún se escuchan discursos que señalan la homofobia interiorizada en el patriarcado, sin embargo, eso no es del todo cierto en todas las franjas generacionales. Entre las juventudes urbanas y escolarizados, se observa una relación distinta con el cuerpo y la expresión emocional. Ya no es raro ver a esos hombres abrazarse sin temor a ser leídos como homosexuales, llorar sin pedir disculpas, hablar de ansiedad o inclusive vestirse con libertad.

No podemos hablar de la masculinidad como si fuera un bloque homogéneo e inmutable. Por eso, cuando algunos discursos interpelan a estos varones como si fueran sus abuelos, generan rechazo o confusión. No porque estos jóvenes sean inmunes al cambio, sino porque perciben que se les adjudican culpas que no reconocen como propias, en un lenguaje que les parece ajeno o desfasado.

Aquí vale la pena recuperar el enfoque de Richard Reeves (2022), quien ha documentado cómo la desventaja masculina en áreas como el desempeño escolar, la salud mental o el ingreso económico se profundiza especialmente entre varones jóvenes de clases marginadas. Su tesis no niega los privilegios patriarcales, pero subraya que algunos de los hombres que están perdiendo poder, en realidad nunca tuvieron demasiado. Entender eso ayuda a evitar que la crítica a la masculinidad derive en culpabilización o en caricatura.

Decirlo tampoco invalida los diagnósticos feministas, pero sí sugiere que la conversación se actualice. No basta con denunciar lo viejo; hay que comprender qué está naciendo. Y si lo que está naciendo es una masculinidad más libre pero aún sin dirección, entonces el desafío es superar el dogma para acompañarla críticamente desde la honestidad.

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*Un ejemplo de la masculinidad “suave” surcoreana es: @bambam1a. Al decirlo, no sugiero que, en el fondo, reproduzca cánones patriarcales, sólo digo que su expresión estética sirve como ejemplo de flowerboy.

Ser hombre tiene virtudes, pero hay que resignificarlas

La masculinidad sí está cambiando, pero aún es un terreno en disputa. Sin una transformación ética profunda, ese cambio corre el riesgo de ser apenas cosmético: una versión más pulida, más presentable, pero igual de peligrosa que la del libreto anterior.  

Me parece especialmente lúcida la reflexión de Thomas Page McBee (2018). En Amateur, narra su experiencia entrenando boxeo para pelear como hombre trans en el Madison Square Garden. En ese camino descubre que, pese al estereotipo, ser hombre no es tanto dominar como estar. Lejos de la caricatura de que los hombres sólo sabemos competir o agredirnos, McBee encuentra en el ring (clásico símbolo de la agresividad masculina) respeto, cuidado mutuo y solidaridad.

La fuerza, en ese contexto, no es opresión, sino disponibilidad. No es conquista, sino contención. Cuidarse para cuidar. Estar fuerte para sostener. Disciplinar el cuerpo no para imponerse sobre otros, sino para conocerse y vincularse mejor. Los hombres generamos vínculos profundos de cuidado mutuo. A pesar del mandato de competencia que impone el patriarcado, los hombres tejemos lazos profundos de fraternidad, aunque no siempre los sepamos nombrar.

Tal vez por eso el ideal de masculinidad tradicional ha sobrevivido tanto tiempo: no sólo porque se impuso violentamente, sino porque logró asociar con la virilidad ciertas virtudes deseables como la tenacidad, el compromiso y la capacidad de sostener. No está de más insistir en decir que son valores que no son patrimonio de un género, pues son naturalmente humanos.

La tarea no es arrasar con todo, sino hacer un discernimiento ético sobre qué conservar y qué superar de la codificación tradicional, pues la experiencia masculina es más que dominación y violencia. También incluye lealtad, perseverancia, y formas de vínculo que, aunque no siempre visibles y distintas a las expresiones desde otras identidades genéricas, son reales.

Necesitamos nombrar eso, resignificarlo, recuperar de eso lo recuperable. No para volver a sentirnos superiores, sino para volvernos responsables. Tampoco para restaurar jerarquías, sino para hacernos cargo de nuestra herencia.

Claves para navegar la discusión

La masculinidad del futuro no podrá definirse desde la reacción al feminismo, ni desde la nostalgia por el pasado. Tampoco desde la culpa o la vergüenza por haber sido socializados en un guion caduco de la virilidad.

La discusión será larga y tendrá que ser situada, deliberada y plural. Probablemente será un trabajo generacional. Pero nos urge abrir espacios donde podamos hablar con verdad, entre hombres, sin vergüenza y sin temor, pero también sin victimismos ni revanchismos. Requerimos momentos para preguntarnos cómo el patriarcado también nos mutila, qué miedos nos impone, qué vínculos nos impide.

Algunos de esas conversaciones serán formales en las escuelas o trabajos, pero las más significativas sucederán en lo íntimo: en las sobremesas, en las madrugadas de catarsis entre amigos. Si llegamos a esos momentos con la pregunta honesta: ¿qué no entendió Chicharito?, quizá podamos transformarlas en algo más que desahogo. Quizá ahí se empiece, sin fanfarrias, la escritura del nuevo libreto.

Finalizo con una confesión, Yo no tengo tan claro qué libreto quiero interpretar. Pero tengo claro cuáles ya no. Sospecho que no soy el único. Y si eso es cierto, entonces no estamos tan solos. Compas, hay tarea que hacer.

Referencias:

  • Hooks, Bell (2004). The Will to Change: Men, Masculinity, and Love. Atria Books.
  • McBee, Thomas Page (2018). Amateur: A True Story About What Makes a Man. Scribner.
  • Reeves, Richard V. (2022). Of Boys and Men: Why the Modern Male Is Struggling, Why It Matters, and What to Do about It. Brookings Institution Press.