No chicharito, el problema no es el feminismo

No chicharito, el problema no es el feminismo

La masculinidad tradicional se sostenía en una capacidad de ejercer privilegios mediante el dominio, pero esto se ha venido erosionándose progresivamente. Lo que es absolutamente positivo y deseable, pero ciertamente la transición hacia una nueva forma de ser hombre ha dejado a millones de varones en una especie de intemperie simbólica, sin recursos suficientes para reconstruirse.

En ese vacío surgen distintas reacciones, algunas muy lamentables. Por ejemplo, la que protagonizó el futbolista Javier “Chicharito” Hernández, quien hace poco viralizó mensajes que apelan a las “energías” masculinas y femeninas para restituir un orden aparentemente perdido. Entre sus dichos, afirmó:

“Mujeres, están fracasando. Están erradicando la masculinidad, haciendo la sociedad hipersensible. Encarnen su energía femenina: cuidando, nutriendo, recibiendo, multiplicando, limpiando. Sosteniendo el hogar, que es el lugar más preciado por nosotros, los hombres. No le tengan miedo a ser mujeres y a permitirse ser lideradas por un hombre que lo único que quiere es verlas feliz; porque nosotros no conocemos el cielo sin ustedes.”

Hay múltiples problemas con estas declaraciones. Más adelante dedicaré otro texto a reflexionar con mayor amplitud sobre el debate actual en torno al sentido de ser hombre. Pero aquí me interesa detenerme en uno de los argumentos más insidiosos de este tipo de discursos: la idea de que las mujeres están “erradicando la masculinidad”. Esa noción no sólo es falsa, sino peligrosa, porque construye una narrativa de enfrentamiento entre hombres y mujeres, como si la transformación de los roles de género fuera una guerra donde unos ganan y otros pierden.

Lo cierto es que la masculinidad no está en crisis por culpa del feminismo (o al menos, no sólo por eso), sino porque no ha logrado adaptarse a profundas transformaciones estructurales que han desfondado, en lo material y cotidiano, el modelo tradicional. Entre ellas:

  1. La transformación urbana es un ejemplo de ello. El paso de sociedades rurales o semiurbanas a entornos urbanos densos modificó radicalmente la relación de los hombres con el espacio público. En los pueblos o comunidades pequeñas, el varón tenía espacios donde afirmar su rol todos los días varias horas al día en el campo o en los talleres. Ahora estos espacios se diluyen y normalmente ocupan lugares y horarios específicamente dedicados al ocio o al tiempo libre (canchas de deportivas, bares, gimnasios, etc.), menos útiles para estructurar identidades con sentido.
  2. El mercado laboral cambió. Ya durante la Segunda Guerra Mundial, millones de mujeres fueron incorporadas al mercado laboral para suplir la ausencia de los hombres en combate. Aunque muchas fueron expulsadas al terminar el conflicto, el precedente ya había alterado para siempre la idea de que eran actividades exclusivas para varones.
  3. El ideal del hombre proveedor, asociado al trabajo físico, encajaba bien en economías rurales e industriales. Pero las economías de servicios y conocimiento exigen habilidades relacionales, comunicativas y socioemocionales que la tradición masculina no siempre promueve. Muchas mujeres han aprovechado el auge de sectores como los cuidados y la educación, pero los hombres no lo hacen al mismo ritmo. En parte, por rechazo a ese rol, pero también porque no fueron formados desde temprano para cultivar esas habilidades.
  4. Incluso en sectores no asociados a lo tradicionalmente femenino, como las ingenierías, el conocimiento técnico “duro” ya no es suficiente. Se requiere saber modular, explicar, liderar con empatía. Y eso confronta una masculinidad que aprendió a valorar la certeza, la jerarquía vertical y el control.
  5. A esto se suma la precarización económica. Es cada vez más difícil que un solo ingreso sostenga a una familia. El ideal del hombre proveedor persiste como mandato simbólico, pero su viabilidad es mínima. Solo unos pocos pueden aspirar, en palabras de Martha Debayle, a ser “hombres de alto valor”.
  6. También las instituciones que históricamente canalizaban y promovían valores patriarcales como el ejército, la Iglesia o las logias, están en crisis o han perdido capacidad de convocatoria. A la par, ritos que marcaban el tránsito de la infancia a la adultez masculina como el servicio militar o casarse también han perdido peso social. Poco a poco la masculinidad tradicional se está quedando sin templos ni rituales.

Son cambios que han ocurrido de manera independiente o paralela a las luchas feministas, pero que coexisten con productos de la industria cultural que mandan señales contradictorias respecto a lo que se espera de los hombres. Mientras el discurso público castiga selectivamente conductas misóginas, productos muy populares como los corridos tumbados, el reggaetón o el trap exaltan modelos extremos de virilidad violenta y narcisista.

A esto se suma una tensión poco discutida: dado que los mandatos de género atraviesan a ambos sexos, aún hay mujeres que siguen enfrentando dificultades para establecer vínculos sexo afectivos con hombres que no cumplen con estándares tradicionales, entre ellos el de ser proveedor. De ahí la tracción de discursos que apelan a tener un “sugar daddy” o un “hombre de alto valor”. De hecho, el sistema aún funciona para algunos hombres poderosos que todavía pueden ser celebrados por ser proveedores, fuertes y “exitosos”.

El resultado es una sensación de desorientación y frustración, especialmente entre hombres jóvenes, como lo muestran estadísticas que dan cuenta de cómo las nuevas generaciones de varones están abrazando valores conservadores que estaban perdiendo terreno. De ese malestar mal digerido sacan provecho figuras como el Temach y otros influencers del resentimiento. No lo digo como justificación, sino como diagnóstico.

Los discursos como el de Chicharito ofrecen consuelo fácil frente a un malestar real, pero lo hacen vendiendo espejismos: restaurar un orden que ya no existe, culpar a otras por la propia desorientación y disfrazar de espiritualidad lo que no es más que nostalgia del privilegio. Necesitamos más que eso. Necesitamos conversaciones serias, honestas y situadas sobre qué significa ser hombre hoy. Los hombres tenemos que hacernos preguntas más profundas como ¿qué tipo de presencia queremos construir? ¿qué vínculos queremos sostener? ¿qué valores de la masculinidad vale la pena preservar?